lunes, 1 de septiembre de 2008

Objeto

Lapislázuli, pero no en columnas de palacios majestuosos en San Petesburgo o en esplendorosas catedrales de Europa del Este. Tampoco en un amuleto como lo habría sido en el antiguo Egipto, ni será demolida y convertida en polvo para ser utilizado como pigmento azul en la Europa Medieval. Mucho menos una joya más, aunque un material tan sublime, hoy, seguro adornaría largos y elegantes cuellos.

En esta ocasión, de la piedra semipreciosa emerge un rostro vaporoso y casi incidental. Es la cabeza de un niño, casi de un pájaro hecho de roca donde toda decoloración, grieta o abolladura accidental, asemejan cascadas espumosas o cielos del color de un óleo de Fra Angelico.

La piedra explotada ya por más de 6 mil años se deja vencer, es cincelada y modelada y entre sus remolinos surge una idea que como en el poema de Keats, Lapis lázuli1, nos ayuda a encontrar tranquilidad en medio del caos.

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